Santo Tomás de Aquino afirma que el alma no es algo separado, como lo diría Platón, ni tampoco algo compartido por todos, como lo dijo Avicena, y retoma la idea de Aristóteles para complementarla con Boecio, al tratar acerca de la unión del cuerpo y alma:
El principio de la operación intelectual, llamado alma humana, es incorpóreo y subsistente […] Para conocer una clase de cosas es necesario que en la propia naturaleza no esté contenida ninguna de esas cosas que se va a conocer, pues todo aquello que estuviese contenido naturalmente impediría el conocimiento […] Así, pues, si el principio intelectual contuviera la naturaleza de algo corpóreo, no podría conocer todos los cuerpos. Todo cuerpo tiene una naturaleza determinada. Así, pues, es imposible que el principio intelectual sea cuerpo.[1]
Así, afirma que el alma es subsistente –permanece– y es la forma substancial del ser humano – no puede ser de otro modo–; es decir, el alma no sólo es el acto de ser que informa al cuerpo, sino es lo que permanece en la unión y lo que conforma al hombre.
[1] Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica I, q. 75-6, art. 1-2.